Desde que se marchó todo ha sido ruido en un segundo plano
que se sumaba al que ella tenía montado en su cabeza. Las voces de la gente, la
música que ponían en la radio mientras conducía, los pitidos de otros
conductores todo quedaba atrás mientras ella nadaba en un tornado de
sentimiento, recuerdos y sensaciones.
Una vez más se calzó sus preciosas botas y cargó su mochila
con comida y una manta vieja. Condujo por los caminos que nunca había
compartido con nadie, porque era lo que los hacía tan especiales. Se bajó de su
amado coche y empezó a andar, sintiendo el aire tan limpio llenando sus
pulmones y limpiando la suciedad que sentía en ellos. Los rayos del sol
comenzaron a iluminar su cara y el calor fue invadiendo poco a poco su cuerpo a
medida que subía.
Al cabo de una hora de camino llegó a su lugar favorito en
el mundo, sin contar su propia cama. Se
sentó dejando que el sonido del agua de la cascada la inundara, y la llevara
lejos de todo, donde nada pudiera alcanzarla. Al lugar donde pertenecía, porque
para algo su nombre era Darya.